SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 
 
APORTACION AL SIMBOLISMO DEL ALEFATO
EMILIO SAURA
Al abordar un tema tan vasto, sólo nos proponemos plantear algunas cuestiones particularmente relevantes para la comprensión del sentido más profundo de las Escrituras. Dichas cuestiones giran fundamentalmente en torno a la conexión letra-número, a la clave ordinal y a la estructura del alefato, indudablemente marcada por el Tetragrama. 

1. El número y su origen 
La noción de número ha ido siempre unida a la operación de contar. En un principio se contaba con los 5 dedos de cada mano; posteriormente, con los 10 de las dos manos. En algún caso, incluso se llegó a contar también con los 10 dedos de los pies, como atestigua el sistema vigesimal empleado por los mayas.  

En Egipto se repiten los signos hasta llegar a 10; a partir de aquí se utiliza un nuevo signo hasta 100, y así sucesivamente conforme crecen los números. En la India, en cambio, encontramos 9 signos para los dígitos y aparece la numeración posicional. 

En Mesopotamia se materializaban las cuentas sobre tablillas de arcilla o guijarros: cada total recibía un nombre, que se expresaba mediante un sonido o sílaba. Así empezaron a escribirse los números literalmente. En los rollos hebreos, por ejemplo, se excluían los signos numéricos para evitar confusiones, de tal manera que los números se escriben con todas las letras. 

En América del Sur se utilizan nudos sobre cuerdas coloreadas, los llamados quipos. Pero, ya muchos años antes, los nudos eran de uso sagrado entre los hebreos, concretamente en los "tsitsit" o filacterias.  

Es indudable que las distintas maneras de contar, así como los sistemas de numeración apuntan a diferentes perspectivas dentro de la consideración cuantitativa de los números. La operación de contar implica también comparación entre cantidades y, por consiguiente, la pluralidad de los números como despliegue de la noción de número. Por eso esta noción se impone a la mente de manera intuitiva y ha marcado decisivamente la historia del quehacer humano. Al mismo tiempo, es quizá la más simple de todas y expresa sin equívocos la pluralidad de los individuos. Así surge la posibilidad de un entendimiento entre los hombres, de un diálogo a través del número cuantitativo. 

La acción de contar supone, pues, una toma de contacto con la diversidad de las cosas, con la multiplicidad que es el mundo. De ahí que surja al propio tiempo la noción cualitativa del número, fundamental para desarrollar la "ciencia de los números", denominación que aparece en Platón, concretamente en el libro VII de La República. Su objeto son los números, pero no ya entendidos como meros instrumentos de cálculo, sino a la manera de Ideas, símbolos, ritmos, etc. Y así se relacionan con dicho saber los diversos sistemas adivinatorios, pero también la cosmogonía y la teogonía. 

Es claro que la noción cualitativa de número viene a la luz como contrapunto de la "caída" ingenua en la multiplicidad. El impulso cuantitativo tira de nosotros "hacia afuera y hacia abajo", marcando a la vez la sumisión a la temporalidad. Por eso, el movimiento de vaivén que es la conciencia propende a equilibrar dicha vertiente cuantitativa mediante el impulso inverso. Impulso que, por otra parte, tiende a anular la "caída" en la multiplicidad mediante el reconocimiento de la misma. 

Ahora bien, semejante reconocimiento comporta un retorno al "principio", a la unidad. Si los números son cantidades que crecen a partir de la unidad (aspecto cuantitativo), serán también cualidades que "decrecen" en sentido contrario. 

Así, pues, todo número encierra dos componentes: cualitativa o "involutiva" y cualitativa o "evolutiva". Desde el punto de vista cuantitativo, la unidad se multiplica; desde el cualitativo, se "desmultiplica". No se trata, pues, de que los números cuantitativos sean cardinales y los otros ordinales, sino más bien de lo siguiente: los mismos números miden, en un sentido, la involución y, en otro, la evolución. El número más grande es, cuantitativamente hablando, el mayor; desde la óptica cualitativa, el menor. En efecto, en virtud de la ley de inversión, la magnitud mayor en la involución es la menor en la evolución. 

Estas reflexiones y otras semejantes las hallamos en los momentos estelares de la historia de la numerología. Y así, en el pitagorismo el número aparecerá a la vez como "materia" y como "disposición", para emplear la terminología aristotélica. No en vano el pensamiento de Pitágoras (junto con el de buena parte de los presocráticos, cada uno a su manera) es una de las mediaciones entre lo que podríamos llamar la "sabiduría tradicional" y la filosofía. Como tal, trata de contestar a la pregunta radical: ¿Qué es la "physis"? Pero, ¿a qué se alude con la palabra "physis" ("naturaleza")? A la realidad en la que se concilian los cambios que acontecen en el universo con ese algo permanente que subsiste más allá de ellos. La "naturaleza" tiende, pues, a explicar las transformaciones que experimenta un ser a partir de la esencia que lo constituye. Y, según Pitágoras, dicha explicación se basa el número. 

Ecos de esta concepción los encontramos en Platón, cuyas Ideas, al decir de Aristóteles, vienen a identificarse con los números de Pitágoras, un punto que los estudiosos del pensamiento platónico suelen descuidar a menudo.  

También en otros hitos de la historia de la numerología se detectan concepciones similares, por ejemplo, en el gnosticismo cristiano de los primeros siglos, en la teosofía y en el ocultismo, en el pensamiento chino, del que es deudor Leibniz en su proyecto de la "characteristica universalis". Y, por supuesto, en la Cábala, sin hablar de las consideraciones de algunos Padres de la Iglesia, que se sitúan en una perspectiva semejante. 

Por otro lado, aparte de la vinculación del número cualitativo a la "naturaleza" de las cosas, es de destacar la dimensión sincrónica del mismo: los números son los peldaños de una jerarquía intemporal, ontológica. Con lo cual se invierte la clásica relación del número cuantitativo con el tiempo, a la que, desde perspectivas diferentes, aludieron Aristóteles y Kant. 

2. La relación número/letra 
Tras las reflexiones anteriores, surge una importante cuestión: ¿de dónde viene la conexión número-letra? 

Ya en las filacterias utilizadas por los hebreos, el Nombre divino por antonomasia, el Tetragrama, venía indicado no por sus letras (Iod-He-Váu-He), sino por sus números (10-5-6-5). En Caldea, la asociación de ambos elementos aparece ya hacia el 700 a.C. Los romanos no dieron a los números signos diferentes de las letras.  

En cuanto a los griegos, utilizaron las 24 letras del alfabeto para los cálculos, añadiendo otros tres signos ("digamma", "koppa" y "sampi"), con lo cual llegamos a 27 signos, al igual que el alefato: a las nueve primeras letras se les dan valores que van de 1 a 9; a las nueve que siguen, de 10 a 90; y a las nueve restantes, de 100 a 900 (sólo aplicando esta clave se comprende la equivalencia entre alfa+omega y el célebre vocablo "peristerá" = paloma, que encontramos en autores como Apringio de Beja y Beato de Liébana: el valor numérico de ambos es 801). Lo cual abonaría la tesis de Jean Bardet, según la cual existiría una influencia de doble signo entre el griego y el hebreo en lo que se refiere a las especulaciones numerológicas y cabalísticas. 

La correspondencia número-letra se manifiesta, por lo general, allí donde florece la ciencia de los números, cuyos jalones básicos destacábamos más arriba. Unas veces se trataba del rango de la letra en el alfabeto (en nuestra opinión, el método más originario). Otras, de su utilización como número, a la manera de los griegos. También se usaba el valor "triangular" del número que indicaba el rango (lo que algunos ocultistas han llamado impropiamente "adición teosófica" y Raymond Abellio, "valor secreto"), etc. 

Más allá de tales procedimientos, ¿cabe encontrar una razón para semejante correspondencia? Quizá hay que pensar en algo que acompaña indisociablemente al número, indicando la individualidad irrepetible de lo real: los números se suman; las letras no se suman, se articulan.  

Las cosas o, mejor, los términos que las designan, son irrepetibles, así como el orden de las letras que forman una palabra; el orden de los sumandos no altera, en cambio, la suma. Por su número, las cosas se jerarquizan; por su nombre, se individualizan, se mientan. El número nos sitúa, pues, en la jerarquía de la creación; el nombre designa la cosa misma al margen de dicha jerarquía, es decir, de su relación con las demás cosas. 

Por eso el complejo número-letra incluye dos ámbitos: uno, más amplio, "macrocósmico"; otro, más estricto, "microcósmico". ¿Se puede hablar de una relación de inversión? 

Si los números son algo así como las Ideas de Platón, las letras serían entonces el modo como estas Ideas se aplican al "microcosmos" (o, al menos, a un ámbito más restringido): el orden de las letras supondría la irreductibilidad de las palabras y, por tanto, de las cosas. Es como si, en el caso de los números, no se considerase sino la intemporalidad, la "estructura", en tanto que las letras, con su orden intraverbal, figurarían una especie de "génesis". 

La noción de génesis es inseparable de la de diacronía, la cual va conectada con la "naturaleza" de cada cosa. Varios números se asocian para formar un solo número; varias letras se juntan para constituir una síntesis, la palabra. El vocablo es una asociación de letras; el valor de ese vocablo es una suma de números. La asociación no suprime las letras; el valor numérico, por el contrario, suprime los números correspondientes a las letras. Las letras siguen existiendo como otros tantos componentes de la palabra; los números se reducen a un solo número: coordinación "versus" unificación. 

La unificación nos abre a un valor global, clave de una "familia" no semántica de palabras. En tanto que la coordinación nos lleva a la singularidad de cada una de las palabras. 

El encuentro de número y letra posibilita, por tanto, la confluencia de las dimensiones "individualizadora" y "jerarquizadora" del lenguaje. Dimensiones que, por lo demás, se remiten circularmente la una a la otra, de manera que si las palabras se "cifran", los números se "nombran", en un "crescendo" en el que la dualidad letra-número tiende a ser abolida a la vez que transfigurada en la unidad superior que la sustenta. 

3. Sobre la originariedad de la clave ordinal 
En su obra Ishräel, connais ton Dieu, J.G.Bardet hace notar que, en un principio, los libros de la Ilíada y la Odisea son numerados por las 24 letras del alfabeto griego, según su orden vulgar, por lo que hay coincidencia entre cardinal y ordinal. 

Para sus cálculos, los griegos empezaron a utilizar después las 24 letras de su alfabeto, pero intercalando 3 signos particulares, que después cayeron en desuso. En primer lugar, la "letra insigne" (el "episemon" de Clemente de Alejandría) llamada di-gamma. Como la gamma valía 3, la di-gamma ("stigma" la denominan algunos) valdrá 6. Luego, la koppa, que vale 90; y, finalmente, la sampi (¿originariamente la Schin hebrea? -aventura Bardet), que vale 900. 

Ya no utilizaban, pues, 9 signos-cifras, sino el triple, 27, a imitación de Esdras. El primer novenario permite contar de 1 a 9; el segundo, de 10 a 90; el tercero, de 100 a 900. Los 27 caracteres literales se convertían en cifras cuando se les superponía un acento agudo a la derecha. Así, 13 se escribirá ig', y 21, ka'. A partir de ahí, se emplean las mismas letras, acompañadas ahora de una iota suscrita a la izquierda (por ejemplo, 4000 será iD: al agrandar la iota hacemos a la d mayúscula). Es, en definitiva, el esbozo de la numeración posicional. 

Reencontramos aquí el espíritu mitológico, que multiplica los ceros para evocar cantidades fabulosas, en tanto que los valores cualitativos van disminuyendo a medida que se alejan de la unidad. Vemos, pues, cómo en las obras de Homero se usaba la "pequeña numeración", mientras que, más tarde, se utilizará la "gran numeración".  

Las letras-números de Esdras, sagradas, no podían sobrepasar nunca el total de 27, fijado por el Espíritu. Pero la influencia creciente del helenismo a partir de las conquistas de Alejandro no sólo ha corrompido las austeras costumbres hebreas, sino que conducirá, en los judíos alejandrinos, a atribuir a los 27 signos-letras esdraicos las cifras griegas, mezcladas de hinduismo. Así resultará una extraña mixtura, una clasificación mitad hebrea/mitad griega1. 

¿Significa esto que la "gran numeración", incorporada de hecho a la Escritura (numeración de los capítulos en el texto hebreo; expresión de algunos números en el N.T., como el 666) no reviste ningún contenido simbólico? No podemos afirmarlo con seguridad. Bardet habla de la clave ordinal como la única válida, la original.  

En favor de la "tradicional" sólo puede esgrimirse la presencia en el texto hebreo de los números de los capítulos, significados por letras cuyos valores son precisamente los de la clave "alejandrina". Sin embargo, tales divisiones no estaban en el texto original, redactado bajo la forma de una "lectio continua", tan sólo interrumpida por los signos de puntuación.  

En cuanto al texto griego del Apocalipsis, hay que reconocer que el valor numérico de la "gran numeración" aparece, por lo menos, en el Apocalipsis, al hablar del 666, que se escribiría Omega-Omicron-Dseta en el alfabeto de 24 letras, mientras que, de hecho, se escribe Ji-Xi-Digamma (lo que supone utilizar el alfabeto de 27 letras), lo que parece corroborar la validez de dicha clave, al revés de lo que ocurre en el A.T. ¿Significa eso que en el N.T. no se aplica la clave ordinal? ¿O bien que se sigue aplicando la misma, con esa excepción? (el número 153, en cambio, se escribe literalmente). 

¿Quiere eso decir que los cálculos de un autor como Ivan Panin no tendrían ningún valor? Sin embargo, parecen coherentes en muchos puntos. Él encontró una infinidad de relaciones, tanto en el A.T. como en el N.T., unas conectadas con la "gran numeración" y otras al margen de ella, por ejemplo, el número 7 y sus múltiplos. ¿O quizá la "gran numeración" es la indicada para el N.T.?  

Por el momento, nos limitaremos al A.T.: ¿Cuál es la clave verdadera? Para las diez primeras letras no hay problema. Además, el uso de las letras para escribir los números en forma literal (como en los cheques) parece apoyar la tesis de Bardet, sin hablar de los valores comparados de los nombres divinos, múltiplos de 13, algo realmente decisivo: el nombre más simple, "El", que aparece en las terminaciones de tantos nombres de ángeles, vale 13, como también "ejad", "Uno"; el Tetragrama vale 26; "Alef", el "Primero", 39; "Elohim", 52, circunstancia que supone una precoordinación numérica asombrosa. Por otra parte, dejando a un lado la conocida identidad de valores entre los vocablos "Amor", "El" y "Uno" (13), hay otra identidad numérica que salta a los ojos: la que existe entre "dabar", la "Palabra" o el "Verbo", y el Tetragrama (26), de excepcional alcance teológico y metafísico. 
 
4. El alefato como estructura ternaria 
Lo primero que llama la atención en el alefato hebreo es la distribución de las letras: hay 22 letras "normales" y 5 "finales". En este punto hay una notable diferencia en relación con otros alfabetos que, o bien carecen de letras "finales", o cuentan con varias formas de una misma letra (según esté al principio de palabra, en medio o al final), de manera que las diferentes formas en ningún caso se consideran como otras tantas letras. 

El alefato, en cambio, presenta una estructura a todas luces singular, cualesquiera que sean los valores numéricos que en los distintos sistemas se atribuyan a las letras: nos encontramos siempre con 22 letras "normales" más las 5 "finales". Estas últimas son precisamente las formas "finales" o "acabadas" de 5 de las 22 letras antes mencionadas. Es decir, la "Kaf final" es la forma "final" de "Kaf", la "Mem final", de la "Mem", y lo mismo ocurre con las tres restantes. 

Pero, cuando se trata de contar las letras, decimos que el alefato se compone de 27, por más que se desglosen en 22 "normales" y 5 "finales". ¿Por qué existen sólo 5 "finales" y no 22? He aquí un enigma que, desde el punto de vista numerológico, encierra probablemente la clave del alefato y que, en cualquier caso, interesa resaltar. 

En efecto, una cosa es ver la plausibilidad de un alefato de 27 letras que, según todos los indicios, hallaría su explicación en la estructura ternaria que sirve de base al pensamiento y a la religión de Israel y de la que el número 27 (= 3·3·3) se muestra como una "proyección" particularmente plástica; y otra muy distinta dar razón de la existencia de dos grupos dentro de las 27 letras. Al fin y al cabo, ello supone una extraña "ruptura" en el interior del alefato que, a primera vista, se mostraba como una clara "proyección" del 3 originario, en el que algunos han querido ver la manifestación primordial de la Trinidad cristiana. 

Sea como fuere, lo cierto es que el despliegue del 3 a través del cubo representa el último estadio de un número que, elevado al exponente 1, sería algo así como el origen del lenguaje y la capacidad abstracta de nombrar la realidad; elevado al cuadrado, el poder de comprender y expresar las formas "intermediarias", todavía no concretizadas de esta misma realidad; elevado al cubo, la actividad que otorga al universo la posibilidad de ser dicho en su última concreción, el acto culminante en el que el "caos" deviene "cosmos".  

Pero contemplemos el proceso de una manera gráfica y teniendo a la vista el alefato y sus valores numéricos: 

Alef 1 Iod 10 Qof 19
Beth 2 Kaf 11 Resch 20
Guímel 3 Lámed 12 Schin 21
Dáleth 4 Mem 13 Táu 22
He 5 Nun 14 Kaf final 23
Váu 6 Sámek 15 Mem final 24
Záyin 7 'Ayin 16 Nun final 25
Jeth 8 Phe 17 Phe final 26
Teth 9 Tsáde 18 Tsáde final 27
 
3 elevado a 1 (= 3) expresa algo así como el lenguaje uno en cuanto indisolublemente ligado al ternario. Indudablemente, aquí están en germen las letras del alefato, pero de un modo abstracto, bajo la forma de 3 dimensiones de lo real: la "principial" u "originaria", la "mediadora" o "intermediaria" y la "final" o "terminal". Y si observamos la estructura del alefato, nos percataremos acto seguido de que la primera dimensión, germen de la primera "enéada", no introduce aún división alguna, conforme al simbolismo del número 1; en cambio, las dimensiones segunda y tercera se caracterizan por anunciar la distinción, evidentemente de un modo abstracto: la segunda, a la manera de una introducción de elementos "no acabados" y que, por tanto, requieren perfeccionamiento (las 5 letras "normales" que poseen forma "final"); la tercera, en cuanto que incluye las 5 "finales"). Todo ello de acuerdo con el simbolismo de los números 2 y 3, el primero de los cuales expresa división o contraste, en tanto que el segundo viene, en definitiva, a superar dicho estado, reconduciendo las cosas a la unidad (3). 

3 elevado al cuadrado (= 9) se relaciona con los 9 planos (3 por cada una de las dimensiones antes citadas) que, evidentemente, expresarán las formas "intermediarias" del universo. Como tales, actuarán de mediadores entre las dimensiones abstractas del principio y las 27 letras. Y así, los 3 primeros planos figurarán respectivamente la "afirmación" en el seno de la unidad, el "contraste" dentro de la misma y el movimiento de "vaivén" entre ambos. Los 3 planos siguientes simbolizarán la "afirmación" en el ámbito del contraste, la "toma de distancia" frente a él y el movimiento que va de una a otro. En cuanto a los 3 últimos planos, representarán a su vez la "afirmación" en la esfera del equilibrio, la "puesta en cuestión" subsiguiente y el ir y venir de una a otra. 

Son, por tanto, los planos pertenecientes a las dimensiones segunda y tercera los que acusan el contraste propiamente dicho y su "resolución", en tanto que los situados en la dimensión primera apenas expresan división alguna, de acuerdo con el simbolismo de la unidad. Es, pues, lógico que el proceso por el que las 5 "finales" vienen a perfeccionar sus letras "raíces" se desarrolle en las dos últimas dimensiones de lo real. Y si tenemos en cuenta que los planos centrales son el 4º, el 5º y el 6º, es decir, los "intermediarios", resulta interesante comprobar que dichas "raíces" aparecerán justamente en ellos, lo cual ocurrirá cuando pasemos al ámbito del lenguaje "concreto", simbolizado por 27 (= 3 elevado al cubo). 

3 elevado al cubo representará, pues, la totalidad de las letras, el alefato como posibilidad de nombrar el universo en su concreción. Todo lo cual se resume en el siguiente cuadro: 
 

 
LETRA
DIMENSION
PLANO
NIVEL
VALOR NUMERICO
Alef 1ª(Afirm.) 1º(Afirm.) 1º(Afirm.) 1
Beth "       " "       " 2º(Contraste) 2
Guímel "       " "       " 3º(Equilibrio) 3
Dáleth "       " 2º(Contr.)  1º(Afirmación) 4
He "       " "       " 2º(Contraste) 5
Váu "       " "       " 3º(Equilibrio) 6
Záyin "       " 3º(Equil.) 1º(Afir.) 7
Jeth "       " "       " 2º(Contraste) 8
Teth "       " "       " 3º(Equilibrio) 9
Iod 2ª(Contr.) 1º(Afirm.) 1º(Afirm.) 10
Kaf "       " "       " 2º(Contraste) 11
Lámed "       " "       " 3º(Equilibrio) 12
Mem "       " 2º(Contr.)  1º(Afirm.) 13
Nun "       " "       " 2º(Contraste) 14
Sámek "       " "       " 3º(Equilibrio) 15
'Ayin "       " 3º(Equil.) 1º(Afirm.) 16
Phe "       " "       " 2º(Contraste) 17
Tsáde "       " "       " 3º(Equilibrio) 18
Qof 3ª(Equil.) 1º(Afirm.) 1º(Afirm.) 19
Resh "       " "       " 2º(Contraste) 20
Schin "       " "       " 3º(Equilibrio) 21
Táu "       " 2º(Contr.) 1º(Afirm.) 22
Kaf final "       " "       " 2º(Contr.) 23
Mem final "       " "       " 3º(Equilibrio) 24
Nun final "       " 3º(Equil.) 1º(Afirm.) 25
Phe final "       " "       " 2º(Contr.) 26
Tsáde final "       " "       " 3º(Equil.) 27
 
Vemos, pues, cómo frente al carácter "abstracto" de las tres dimensiones de la realidad (3 elevado a 1 = 3), los "planos" introducen una distinción "intermediaria" (no en vano interviene el exponente 2 (3 elevado al cuadrado = 9), en tanto que los "niveles" suponen la constitución de las letras propiamente dichas y, por tanto, del lenguaje, capaz de nombrar el universo, conforme al exponente 3 (3 elevado al cubo =  27). 

El cuadro anterior nos permite, pues, definir cualquier letra según la dimensión (d), el plano (p) y el nivel (n) a que pertenece. Llegamos así a la fórmula d-p-n: por ejemplo, la letra Mem se escribiría 2-2-1, es decir, 2ª dimensión-2º plano-1º nivel. Por consiguiente, en la letra Mem, la dimensión del contraste o de la distancia quedaría determinada por el plano del contraste, y éste definido por el nivel de la afirmación. 

Finalmente, dada la "base" 27, cualquier número (por ejemplo, el que resulta de cifrar un texto) puede escribirse a partir de ella, lo que hace posible su comprensión desde el simbolismo de las letras del alefato y sus correspondientes valores. Así, en "base" 27, 36 se escribirá 1-9, es decir, (1·27)+9. Y, de este modo, el simbolismo del número en cuestión será inteligible a partir de 1 y 9 y de sus respectivas letras, Alef y Teth. De igual manera, 153 se escribirá 5-18, es decir, 5·27+18. Dicho procedimiento es de enorme interés, por las perspectivas que abre para la comprensión de cualquier texto. 

Y, dada la universalidad del número, apenas es necesario subrayar la importancia de tal procedimiento al abordar las estructuras básicas de cualquier sistema de conocimientos. Una vez reducidas dichas estructuras a sus parámetros fundamentales, la operación de "dar sentido" a un sistema queda enormemente simplificada, a la vez que se garantiza la visión globalizadora, más allá de toda especialización abusiva. 
  
5. Hacia una explicación de la génesis de las "finales"  
Mostraremos a continuación cómo la génesis del alefato a partir del 3 originario (que, a su vez, supone la unidad: 3 elevado a 0 = 1, asociado a la letra Alef), cuya "proyección" cúbica es, ofrece notables perspectivas en orden a explicar el enigma de las "finales". 

Así, la "anticipación" que suponen los números 3 (= 3 elevado a 1) y 9 (= 3 elevado al cuadrado) nos da a entender el lugar en que, de una manera abstracta, pueden brotar las letras "finales" a partir de lo que hemos llamado sus "raíces". 

En primer término, 3 elevado a 1 implica tres dimensiones de lo real, de las cuales la segunda introduce una distancia (conforme al simbolismo del 2) que reclama ser equilibrada. Equilibrio que, de acuerdo con el simbolismo del 3, debe realizarse en la tercera dimensión de la realidad. 

Pues bien, es un hecho que las letras "raíces" aparecen precisamente en la segunda dimensión, que, en el ámbito concreto de las letras, coincide con la segunda enéada: a ella pertenecen las letras Kaf, Mem, Nun, Phe y Tsáde, cuyos valores respectivos son 11, 13, 14, 17 y 18. En cuanto a las correspondientes "finales", se sitúan, como es lógico (dado el simbolismo del 3), en la dimensión tercera: en ella aparecen la Kaf, Mem, Nun, Phe y Tsáde finales, que valen respectivamente 23, 24, 25, 26 y 27. 

En segundo lugar, si partimos de 9 (= 3 elevado al cuadrado) observaremos asimismo cómo las "raíces" surgen justamente allí donde deberían nacer, es decir, en los planos intermedios (4º, 5º y 6º), caracterizados por introducir el contraste o la distancia. Y, en lo que se refiere a las "finales", brotan lógicamente en los últimos planos (8º y 9º), habida cuenta de que constituyen algo así como la "coda" del alefato. 

Por otra parte, la distinción que venimos haciendo en el interior del alefato nos lleva a distinguir tres tipos de letras: las normales, las "raíces" y las "finales". 

 

NORMALES
LETRA
DIMENSION
PLANO
NIVEL
VALOR NUMERICO
Alef 1º(Afirm.) 1º(Afirm.)  1
Beth " "       " 2º(Contr.)  2
Guímel " "       " 3º(Equil.)  3
Dáleth " 2º(Contr.)  1º(Afirm.)  4
He " "       " 2º(Contr.)  5
Váu " "       " 3º(Equil.)  6
Záyin " 3º(Equil.) 1º(Afirm.)  7
Jeth " "       " 2º(Contr.)  8
Teth " "       " 3º(Equil.)  9
Iod 1º(Afirm.) 1º(Afirm.) 10
Lámed " "       " 3º(Equilibrio) 12
Sámek " "       " 3º(Equilibrio) 15
'Ayin " 3º(Equil.) 1º(Afirm.) 16
Qof 1º(Afirm.) 1º(Afirm.) 19
Resh " "       " 2º(Contraste) 20
Schin " "       " 3º(Equilibrio) 21
Táu " 2º(Contr.) 1º(Afirm.) 22
Total
180
  
 
"RAICES"
LETRA
DIMENSION
PLANO
NIVEL
VALOR NUMERICO
Kaf 2º(Contr.) 11
Mem 2º  1º(Afirm.) 13
Nun " " 2º(Contr.) 14
Phe " 2º(Contr.) 17
Tsáde " " 3º(Equil.) 18
Total
73
 
"FINALES"
LETRA
DIMENSION
PLANO
NIVEL
VALOR NUMERICO
Kaf final "       " "       " 2º(Contr.) 23
Mem final "       " "       " 3º(Equilibrio) 24
Nun final "       " 3º(Equil.) 1º(Afirm.) 25
Phe final "       " "       " 2º(Contr.) 26
Tsáde final "       " "       " 3º(Equil.) 27
Total
125
  
Tenemos, pues, en primer lugar, 17 letras normales, de las cuales las 9 primeras constituyen la primera enéada y suman en total 45; las 4 siguientes forman parte de la segunda enéada, siendo su valor total de 53; y las 4 restantes pertenecen a la tercera enéada y suman en total 82. Y las 17 letras normales suman así 180. Las 9 primeras representan el ámbito del "principio" o de los "orígenes", en tanto que las otras 8, divididas en dos series de 4, se inscriben en las dos esferas restantes: 4 en la de la "mediación" y 4 en la del "fin" o "término". 

Otra particularidad: mientras que en el ámbito de la "mediación" las letras normales se entremezclan con las "raíces"(según el orden n-r-n-r-r-n-n-r-r), en la esfera del "fin" no se mezclan en absoluto las normales con las "finales" (y así aparece la sucesión n-n-n-n-f-f-f-f-f). 

Nos encontramos, pues, con que las 9 primeras letras forman, por así decirlo, una sola pieza que se identifica con la primera dimensión de la realidad; en cambio, las otras dos dimensiones se presentan divididas: de las 9 letras que las componen, 5 son de una clase y 4 de otra, lo cual introduce una disimetría y una distancia. No obstante, en el ámbito de la "mediación" todo anda mezclado, por así decirlo, mientras que en el del "fin", hay una ordenación bien clara: primero, las letras normales; luego, las "finales". 

Por lo demás, la suma de los valores de las letras "raíces" es 73, y la de las "finales", 125. 

Ahora bien, tras esta descripción sigue sin aclararse el enigma de las "finales" y, en consecuencia, el de todas las demás letras. Y permaneceríamos estancados en la interpretación del alefato a partir del ternario primordial de no habernos visitado la intuición siguiente: quizá exista un paralelismo entre la estructura del alefato y el Tetragrama, el Nombre divino de 4 letras. 

En abstracto, tal paralelismo estaría justificado, ya que la Creación es un nombrar, más aún, el nombrar por antonomasia, que no sólo hace del "caos" un "cosmos", sino que llama al ser a lo que no todavía no es. No obstante, una cosa es afirmar dicho paralelismo en abstracto y otra muy distinta mostrarlo en concreto. 

¿Cómo hemos llegado a establecerlo? De dos maneras. Primero, a partir de las letras que forman el Tetragrama: Iod-He-Váu-He. Aquí nos encontramos con 4 letras, una de las cuales se repite. Hay, por tanto, dos grupos: las que aparecen una sola vez (Iod y Váu) y la que se repite (He). Esto nos recuerda inmediatamente una primera división del alefato: las letras normales, de un lado, y las "raíces" y "finales", de otro (las "finales" son precisamente formas acabadas de las "raíces"). 

Relacionemos, además, la circunstancia de que el Tetragrama está formado por 3 letras, una de las cuales se repite, con el hecho de que el alefato está formado por 27 letras, 5 de las cuales adoptan una doble forma (como decíamos más arriba, las 27 letras se componen de dos grupos: 17, que no se repiten y 10 = 5 "raíces" + 5 "finales"). 

Pero hasta el momento nos hemos restringido a algunas observaciones derivadas de las letras que componen el Tetragrama. Si hacemos referencia a sus respectivos valores numéricos, llegaremos a conclusiones más concretas y del mayor interés. En efecto, si expresamos el Tetragrama en números (sustituyendo Iod por 10; He, por 5; Váu, por 6; y He, por 5), obtendremos la serie 10-5-6-5, de valor 26. 

Ahora bien, el número de letras del alefato es 27. ¿Quiere esto decir que quizá existe una letra especial que constituye un caso aparte e impide, por tanto, que se pueda establecer un paralelismo estricto entre el valor del Tetragrama y el número de letras del alefato? En principio, dicha letra sería Alef, cuyo emparejamiento con la unidad parece justificar su peculiaridad. 

Si, dejando a un lado dicha letra, centramos nuestra atención en las otras 26, constataremos una correspondencia notable entre la serie 10-5-6-5 y la estructura del alefato: hay 16 letras normales, 5 "raíces" y 5 "finales". Por consiguiente, el grupo de las letras normales correspondería al agrupamiento Iod-Váu (10 + 6 = 16); las 5 "raíces", a la primera He (= 5); y las 5 "finales", a la segunda He (= 5). 

Pero hay más. Si tenemos en cuenta que en el Tetragrama hay 3 letras distintas (Iod, Váu y He, la última de las cuales se repite), sus valores constituirán la serie 10-5-6, que, por sí misma, refleja la estructura del alefato de 22 letras. Como en el caso anterior, la letra Alef quedaría aparte, de manera que el alefato, sin "finales", se compondría de 10 + 5 + 6 = 21 letras. No cabe duda que tales resultados son notables y constituyen un paso importante en la fundamentación del alefato. 

Resumamos ahora su estructura tal como se deriva de la del Tetragrama: 

Beth, Guímel, Dáleth, He, Váu, Záyin, Jeth, Teth, Iod, Lámed, Sámek, 'Ayin, Qof, Resch, Schin y Táu son 16 letras (número equivalente a la suma de los valores de Iod + Váu). 

Kaf, Mem, Nun, Phe y Tsáde "raíces" son 5 letras (valor de la primera He). 

Kaf, Mem, Nun, Phe y Tsáde "finales" son 5 letras (valor de la segunda He). 

Queda 1 última letra para completar las 27. No puede ser otra que Alef, de la cual las demás son algo así como "manifestaciones" o "diferenciaciones".

 
Continuación
 
NOTAS
1 Ishraël, connais ton Dieu par l´informatique hebraïque, París, 1982, Éditions de la Maisnie, pp.75-85.
   
 
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